Una inquietud recorre hoy nuestro planeta. El Presidente Electo de
los Estados Unidos de Norteamérica se está pareciendo cada vez más al
candidato Donald Trump. Aquel magnate bravucón, histriónico,
impredecible, que conoce a la perfección los artilugios del
espectáculo, transmutó de bufón a rey de la corte, y aún el mundo no
sale de su asombro. Pocos pensaban seriamente que ganaría las
elecciones, salvo los millones de estadounidenses que se sintieron
interpretados por los espejismos que prometen recuperar una sociedad que
se creía definitivamente enterrada y superada.
Sus dichos y sus votos pusieron en evidencia la fragilidad de un
tiempo en el que la multiculturalidad, diversidad y la ampliación de
derechos eran parte de una realidad incompleta pero posible. Si bien su
discurso remite al pasado, su forma de construcción política es
absolutamente posmoderna. La antipolítica como política, una gestualidad
grandilocuente y vacía, la puesta en escena, la prepotencia, forman
parte del reality trumpista.
¿Y qué pasó en Chile? Ud. cree que apareció un asesor político chileno que sopló una genial idea, “Jefe si funcionó con Trump en Estados Unidos, puede funcionar perfectamente en Chile”.
No señor, nuestro país tiene en su ADN ser racista, clasista, machista,
xenófobo, homofóbico-si me quedo corto me disculpa- . Las declaraciones
de Piñera y la campaña de Ossandón responden a este ADN.
La fragmentación de nuestra sociedad ha creado un mundo atomizado,
descontextualizado, en el que las personas tienden a relacionarse como
si siempre estuvieran en las redes sociales, mostrando poca tolerancia
hacia opiniones e intereses distintos a los suyos. Todo es básico y
frívolo. Lo antes señalado se da en un sector político que ha tenido
acceso a la educación, saben leer y escribir, son un grupo dentro de la
clase dominante. El mercado los cuida y piensa más en ellos. Para este
sector político, el consumo cultural de los tiempos pareciera marcado
por Google y Youtube como herramientas fundamentales de consulta y se
piensa a través de 140 caracteres. Una parte importante de los
ciudadanos que los apoya no cuestiona, no escarba, no interpela. La
contracara de este proceso es la elite gobernante poco capaz de explicar
los problemas complejos con soluciones binarias, en cambio opta por
hablarle a sus gobernados como gurúes de autoayuda-sin ofender a Pilar
Sordo o a Paulo Coelho.
Lo que no se entiende es que la migración como tema ha existido
siempre y va a seguir existiendo. Mientras en los aeropuertos se
considere al “otro” como terrorista potencial que debe ser sometido a
escrutinios humillantes. Mientras en la calle se los considere borrachos
o prostitutas. En las farmacias drogadictos irrecuperables, exigiendo
prescripción médica por cualquier cosa que no sea un analgésico para
niños. Seguramente hay un drogadicto irrecuperable, un borracho, una
prostituta o un par de terroristas en el mundo, pero la presunción de
que todos pueden serlo no es sólo ofensiva sino que nos pone en el
lugar que no nos corresponde; la de sujetos aterrados. En estos días se
suma a la lista de sospechas infamantes la de que todos podemos ser
migrantes que usufructúan lo que a la gente decente tanto trabajo le
cuesta. Digamos las cosas como son, es el fascismo lo que nos arrastra y
al mismo tiempo nos paraliza. Habrá que hacer algo, por ejemplo ponerse
a pensar en serio el tema.
¿Por qué centrar hoy la atención en los migrantes? Como abogado y
profesor de Derecho Constitucional mi base es el derecho. Quizás por
esta deformación profesional considero que el derecho debe ser -en
palabras de Ferrajoli- la ley del más débil. Por lo tanto centrar la
atención en los más desfavorecidos me resulta perfectamente coherente.
La democracia es una aspiración, una idea en la que hay que trabajar
todos los días. Y con trabajar me refiero a escuchar a los demás, a
hablar y a hacer un esfuerzo por comunicarse, en especial con quien es
distinto. La polarización por religión, política, raza o nacionalidad,
muestra que tenemos que escuchar mejor. La gente utiliza el poder
tecnológico para enterarse de todo tipo de cosas para reforzar su
prejuicio y no para abrir la mente. Sin caer en la autoayuda, debemos
esperar que siempre podemos mejorar, y la idea de democracia es un
trabajo continuo.
Podemos partir afirmando concretamente que lo que hoy reconocemos y
garantizamos como derecho a migrar no debe ser ni un privilegio (opción
libre reservada a unos pocos) ni una necesidad, ni un imperativo
ineludible. Pero que tampoco sea un destino fatal, una empresa
degradante y peligrosa que aparece como la única opción para aquellos
que quieren escapar de la miseria, de la ausencia de libertad, de
oportunidades de vida. Que sea una decisión libre, autónoma. Entonces,
si se quiere seguir manteniendo la concepción occidental de que ese
derecho es un derecho humano fundamental universal, hay que plantearse
su relación no ya con el derecho de salir libremente (el de emigración,
el único contemplado en realidad en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948), sino con el derecho de inmigración, como
derecho no sólo de acceso sino de opción de pertenencia en otra
comunidad, en otra sociedad política.
Nuestro cuestionamiento final sería justamente repensar cuáles son
las causas que determinan que la regla de oro, es decir, la capacidad de
ponerse en el lugar del otro, esté hoy más desatendida que nunca,
cegada por un particularismo mezquino, sin perspectivas. Entonces, al
momento de tratar el tema migrantes, no hay que caer un típico fruto de
la inmensa inconsecuencia propia de los hombres prácticos que
desembocará, con toda probabilidad en la situación que una cantidad
considerable de la población estará formada por extranjeros
extremadamente móviles, pero poco integrados y desinteresados respecto
de la vida del país, constantemente reemplazados, dotados tal vez de una
fuerte sensación de ser ajenos a la sociedad en que habitan. Esta es la
lógica de mantener alejadas a las masas que incomodan a la elite, ya
sea de migrantes, flaites, borrachos, drogadictos y un largo etc,- si me
quedo corto de nuevo me avisa-, simplemente basado en el temor de ésta
de que “los otros” se apoderen de los espacios que, a pesar de siglos de
conquistas y civilizaciones, siguen obrando en su poder.
Fuente : El Mostrador
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